No hace ni un mes que tenemos nuevas vecinas: no sé cuántas, la verdad, porque en el piso de enfrente hubo mucho movimiento durante días: mujeres jóvenes, niños pequeños entrando y saliendo, parece que limpiando, pintando y escuchando música, a veces pelín más alta de lo normal. Dos días más tarde los abuelitos del bajo se quejaban de que los nuevos vecinos hacían ruido. La verdad es que los pobres no ganan para sobresaltos, pero ésa es otra historia. Y después, nada, me olvidé de las vecinas nuevas.
Esta noche, a eso de las 9, al volver a casa del trabajo, he oído gritos desde el aparcamiento. Una discusión. De vez en cuando hay alguna movida por la calle, unas tres o cuatro veces al año, normalmente de madrugada. A casa rapidito, me he dicho, preparándome en la mano la llave para abrir el portal y entrar cuanto antes. Al doblar la esquina me he parado en seco. Ahí estaban las princesas, una delante del portal y otra asomada a la ventana del primer piso... a grito pelado. No he querido abrir, por si se colaba la princesa dentro y se montaba una más gorda. Así que me he vuelto sobre mis pasos y me he metido en el coche. He llamado a mi compi por el móvil: parece ser que esta princess es la segunda vez que se presenta en el día. En fin, a los pocos minutos se ha marchado y yo he aprovechado para entrar. De momento la cosa sigue tranquila.
No es la primera vez que princesas de este tipo se alojan en el edificio. La mejor fue la Sindientes, sin duda, todo un caracter. No llegaba a los 30 y le faltaban los paletos. Pero eso para otro día, que hay que descansar.
Conclusión: en todas partes cuecen habas, o princesas.
Por cierto, un día al llegar a casa, se oía en el rellano una canción que la juventud bailábamos allá por... ¿finales de los 80 o principios de los 90? ejecutando los mismos pasos de forma sincronizada. Fue un viaje en el tiempo, a una discoteca española cualquiera: era "el bailecito". La juventud bailaba. Y las princesas de hoy en día también.
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